Uno de los grandes enigmas de la historia es el origen del calendario: ¿fue inventado simultáneamente en diversas culturas de la Tierra o fue producto de un descubrimiento único que se propagó por todas partes?
Al estudiar en forma comparada la cosmogonía de los pueblos de Mesoamérica y el Sudeste asiático, notamos que algunas soluciones calendáricas del Viejo Mundo pudieron tener su origen en los descubrimientos olmecas. Esta es una revolucionaria idea que complica la cuestión de los orígenes de la cultura indoamericana, ya que la mayoría de los investigadores opina que, si acaso hubo algún tipo de intercambio cultural a través del Océano Pacífico, este inevitablemente fue de Asia a América, nunca al revés. Lo prejuiciado de este razonamiento se demuestra en el siguiente axioma de un conocido antropólogo:
Si se puede demostrar que las formas culturales tienen un patrón de aparición regular, ligeramente anterior en el Viejo Mundo que en el Nuevo, tendremos presuntos indicios de la relación entre las dos (áreas). Pero si lo opuesto es lo cierto, tendremos una prueba de que no estaban relacionadas. (Gordon F. Ekholm, Problemas culturales de la América precolombina)
En contraste con esta apreciación, la influencia de Mesoamérica en Asia puede sostenerse mediante la comparación entre diversas ciencias antiguas, como son las matemáticas, la astronomía, la astrología y la cronología. Por ejemplo, Michael Coe señala un hecho altamente improbable, a menos que se reconozca una influencia cultural directa: Los astrónomos chinos de la dinastía Han, así como los antiguos mayas, usaron exactamente los mismos cálculos complejos para prevenir acerca de los probables eclipses de la Luna y del Sol. Estos datos podrían sugerir que hubo contacto directo a través del Pacífico. Como la navegación oriental estaba en un plano técnico más elevado que en el Nuevo Mundo, es posible que intelectuales asiáticos hubiesen establecido algún tipo de contacto con su contraparte mesoamericana por los fines del Preclásico. (Regional perspectives of the Olmec)
La conclusión anterior es apresurada, ya que la presencia de barcos chinos en América no implica necesariamente que el conocimiento astronómico procediese de China. Por otra parte, se ha demostrado que los cálculos astronómicos mayas son absolutamente coherentes con el calendario y con el resto de las instituciones culturales de este pueblo, cosa que sería inexplicable si hubiesen tenido un origen extranjero.
De gran importancia ha sido demostrar el vínculo que existe entre los sistemas zodiacales chino y mesoamericano, notado primeramente por Humbold y estudiado después por otros investigadores. Ellos han observado que las series de dioses y animales de las ruedas calendáricas tienen el mismo orden en una extensa área geográfica que abarca China, India, Indonesia, las islas del Pacífico y Mesoamérica, o bien contienen variantes e interpolaciones explicables por las condiciones locales de fauna, flora y modalidad simbólica. D. H. Kelley, uno de los antropólogos que más ha estudiado este asunto, es concluyente al afirmar:
Todos los nombres de los días en el calendario de Mesoamérica tienen paralelos en alguno de los cuatro sistemas euroasiáticos, tres de los cuales aparecen en la India del norte. (An Essay on pre-columbian contacts between the Americas and other areas)
Pero, como nota Paul Kirchhoff, si el sistema se originó en Asia, entonces ... una clasificación calendárica asiática de deidades y animales debe haber llegado a México mucho antes que a la India. Solo así podemos explicarnos la (temprana) presencia en la cultura maya... de un desarrollo hindú más tardío. (The diffusion of a great religious system from India to Mexico)
Kirchhoff propone que el foco de origen se busque en China, pero esto contradice el hecho de que las ruedas zodiacales chinas tienen gran influencia de las hindúes, si no es que se originaron directamente en ellas. Además, las semejanzas entre los sistemas de Mesoamérica y la India son más cercanas que entre los de Mesoamérica y China, lo cual no se explicaría si este último país fuese el origen de ambas series. Por otra parte, como nota Malmström, el tiempo es un factor en contra de esta interpretación: El calendario chino estaba en un estado embrionario en la época en que nacieron las cuentas mesoamericanas, de modo que se excluye por razones de tiempo. En cuanto al calendario hindú, el cronometraje de su desarrollo también lo excluye como modelo para el mesoamericano. (V. H. Malmström, Izapa, birthplace of time)
La realidad es que, justo cuando se desarrollaba en todo su esplendor el calendario olmeca, comenzó a aparecer en Asia un interés creciente por la cronología, que cristalizó en el zodíaco chino hacia el primer siglo antes de Cristo; para entonces, los olmecas ya se habían extinguido y el calendario de los mayas entraba en su fase de madurez. Por lo tanto, no es posible que los signos zodiacales mesoamericanos hayan sido creados en Asia.
La transferencia de información científica del Nuevo al Viejo Mundo no es un hecho aislado, está relacionada con otros fenómenos, entre ellos, la aparición de plantas típicas de la dieta americana en Eurasia cuya forma de reproducción hace imposible un traslado accidental. Por ejemplo, el cacahuete, cultivado por los campesinos de la China Oriental desde el III milenio antes de Cristo; la batata y ciertos tipos de algodón aparecidos un milenio después en Oceanía; las piñas pintadas en los frescos de Pompeya; el tabaco y la coca, conocidos desde antes del descubrimiento europeo de América por los chamanes de China e Indonesia, y aparente origen de las dosis de nicotina y cocaína halladas en momias egipcias, etcétera.
Pero, ¿cómo justificar estos hechos desde un punto de vista técnico? La mayoría de los investigadores que aceptan posibles transferencias culturales por el Océano Pacífico mencionan las antiguas flotas de China y la India, capaces de realizar la travesía oceánica. Hay evidencia de viajes realizados a Occidente (que para los asiáticos era el extremo Oriente) durante el auge de los reinos de Teotihuacan y los mayas clásicos. Veamos los siguientes ejemplos:
- Frente a la costa de Palos Verdes, California, se han hallado cerca de cuarenta anclas chinas fechadas entre el 1000 a. C. y el 1500 d. C., lo cual indica un comercio activo apoyado en la pesca.
- Los aborígenes de Columbia Británica tenían máscaras cuyos ojos estaban hechos de monedas chinas.
- En la costa de Ecuador, cultura Valdivia, apareció un estilo cerámico asociado con la cultura japonesa de Yomón, fechado hacia el 3000 antes de Cristo.
- Tanto en el Sudeste asiático con en las áreas andina y mesoamericana se conoce una deidad o símbolo telúrico caracterizada por sus dientes de felino y un corte en forma de V en lo alto de la cabeza.
- Los libros hindúes y tibetanos contienen frecuentes alusiones a Patala, las antípodas.
- En China se conservan noticias sobre cierto reino ubicado “al otro lado del mar oriental”, llamado Fu Sang. La enciclopedia tradicional San T’sai T’u Hui contiene el dibujo de un hombre de Fu Sang que ordeña un animal exclusivo de América: la llama.
- Entre 1539 y 1576, las autoridades españolas divisaron y decomisaron juncos chinos que patrullaban las costas mexicanas del Pacífico; en una ocasión, en Guatulco, fueron vistos mercaderes vestidos de seda intercambiando productos con los nobles locales (García, Historia de las Indias 4.23).
Por otra parte, recientes descubrimientos sugieren que el arte de la navegación en Indoamérica estaba mucho más adelantado de lo que se creía. Entre ellos tenemos la brújula mesoamericana.
Al observar la orientación de diversos monumentos olmecas, los investigadores notaron que algunos de ellos apuntaban hacia el norte magnético. Posteriormente, hallaron esculturas en las cuales se había aprovechado el magnetismo natural de la roca para producir diversos efectos. Una de estas piezas es una tortuga cuyo pico tiene la facultad de atraer la aguja de una brújula ubicada en cualquier sitio del caparazón. Los investigadores concluyeron que los olmecas conocieron tanto el magnetismo terrestre como las propiedades magnéticas de los objetos, y además, poseyeron algún instrumento que les permitía medirlas.
Esta hipótesis se confirmó con el descubrimiento en la ciudad olmeca de San Lorenzo de una barra de magnetita del segundo milenio antes de Cristo, tallada en forma de paralepípedo con finas líneas incisas. Coe y Carlson reconocen en el objeto una brújula anterior a las de China. Esta evidencia aclara el verdadero origen de dicho artefacto y nos obliga a replantear el asunto de la navegación en épocas prehispánicas.
En Perú se conservan dibujos de barcos de dos puentes y hasta tres mástiles, con capacidad de maniobra equivalente a la de las carabelas de Colón. Los españoles encontraron en los mares del imperio inca grandes balsas para navegación de altamar, de treinta metros de largo y sesenta toneladas de desplazamiento, con varios mástiles rígidos o articulados, y velas fijas y de deriva capaces de navegar contra el viento. Dichas balsas se reunían en flotas enormes; el cronista Sarmiento de Gamboa describe una expedición de Topa Inca Yupanqui a las islas del Pacífico (probablemente las Galápagos) en la cual desplazó veinte mil soldados.
Existiendo las posibilidades técnicas, una motivación originada en peculiaridades de la cosmovisión asiática, y unos adelantos que son histórica y culturalmente comprensibles, sólo si los suponemos adaptación de descubrimientos mesoamericanos, mi conclusión es que, en lo que respecta al calendario y otras ciencias relacionadas, estamos en presencia de un fenómeno de difusionismo interactivo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario